sábado, 26 de noviembre de 2011

Perder el corazón o entregar el alma






Vivimos tiempos cada vez más difíciles, en los que estamos siendo puestos a prueba incesantemente, incluso en una escalada que parece que no va a acabar, y en la que nuestros fundamentos y seguridades se ponen en cuestión. La incertidumbre ante el futuro, la pérdida del modelo social del "bienestar", falso a todas luces cuando la mayoría del planeta flota en el "malestar" desde siempre, nos llena de miedo y rabia. Tal vez todavía no haya una expresión social preocupante de este malestar pero cada vez podemos apreciar rostros más fríos e inexpresivos en la calle y los transportes así como una respuesta más antipática y agresiva en muchas interacciones cotidianas. Hay casos y circunstancias verdaderamente dramáticas, en los que la pérdida, la carencia y la nula expectativa positiva del futuro llevan a las personas a verdaderas encrucijadas existenciales con arena y vacío como horizonte.

Cuando la vida golpea duramente, cuando sentimos que Dios y los hombres nos han abandonado, cuando perdemos aquello que era lo más importante y tenemos que meter las manos en los vacíos bolsillos del sentimiento y la carencia, es muy fácil y comprensible el vender nuestra alma al diablo. Es decir, el optar o hacer aquello que sabemos que va en contra de nuestros principios no sólo éticos, morales o filosóficos sino fundamentalmente contra la luz de nuestro corazón, nuestro Amor y Compasión inherentes.

Reconoceremos que es comprensible el que esto ocurra, sobre todo si identificamos a la persona o a nosotros mismos con el ego y con todas sus esclavitudes. Si consideramos al individuo como alguien transpersonal y a la vida como algo transcendente, no podemos quedarnos con los brazos cruzados ante ésta alternativa. Debiéramos tener muy presente que el riesgo de toda crisis es precisamente el de perder ese corazón que nos habita y llevarnos mediante nuestra deshumanización al territorio desierto donde el alma se entrega....al diablo.

Podemos tratar de mantenernos muy alertas para evitar que esto, por el influjo de las circunstancias y nuestra propia opción personal, ocurra. Podemos, y el Mundo lo necesita, optar por no cerrar y perder nuestro corazón, y no entregar lo mejor que tenemos al transitorio y efímero poder de las circunstancias. Esta será una forma de evitar que acabemos entregando o vendiendo definitivamente nuestra alma al innombrable. Podemos también pedir, decretar y decidir que bajo ninguna condición o circunstancia vamos a permitir que nuestro corazón se cierre y se pierda, aun cuando otros nos muestren sólo la puerta cerrada del suyo y nuestro Dios nos parezca más sordo que nunca.

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